Siempre dije que su vida sería tan efímera como las burbujas del champán que tanto le gustaba descorchar. Pero, ¿quién hubiera dicho que moriría de viejo en una cama de hospital?
Me decía que la vida era una breve y espectacular llamarada que se extinguía en segundos, que lo que ansiaba era huir y poder verla de lejos por un instante, en todo su esplendor. Con esas palabras se alejó en el vestíbulo del aeropuerto, y nunca le volví a ver. Nunca creí que le volvería a ver.
Antes de soltar mi mano el otro día, me contó que jamás había olvidado las promesas y caricias en nuestra cama. Me susurró que no se arrepentía de nada: que ahora que se iba, me tocaría a mí tratar de cumplir las que pudiera. Era nuestro sesenta aniversario.
Joan Carles Cullell
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