Bajo por Bravo Murillo y subo por Eloy Gonzalo, en Quevedo hay un restaurante y dos pobres. Tengo que taparme la nariz con las manos, me huelen a macarrones con queso, como a ti. Entonces cierro los ojos y vuelo.
Ahora tú y yo caminamos de la mano por senderos lejanos. Siento tus dedos apretando los míos y pierdo la cabeza, escucho tu respiración y enloquezco. Luego tú y yo iremos a comer algo dulce, algo que se derrita en nuestras bocas. “Primero el postre, luego el resto”, me dices siempre.
Nunca nos importó si el resto era un arroz negro o el mejor pollo con curry del centro. Nunca nos preocupó si la paella rimaba o no con las migas, éramos felices combinándolas.
Después iremos a pasear por las alturas de la ciudad y entonces tú dejarás que yo bese tú irresistible sonrisa, esa que es de fresa.
Ana Hernández Camacho
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