Nada más abrir la puerta, un dulce aroma a naranja le envolvió y transportó a su niñez. Revivió uno de aquellos domingos, cuando regresaba a casa para comer tras haber pasado toda la mañana cambiando cromos de fútbol con amigos y conocidos. Recordó las palabras de su joven y hermosa madre diciéndole que se lavase las manos, que el pato estaba casi listo. Siguió en su ensoñación mientras se quitaba la chaqueta y la colgaba en el perchero. Pero, al terminar de cruzar el recibidor y llegar a la cocina, vio a su hermana cocinando y se dio un duro golpe contra la realidad. Su madre ya no estaba con ellos, había faltado hace un año dejando tras de sí un enorme vacío y, también, algunas de sus más exquisitas recetas.
Sergio Ferrer Rozalén
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