Apenas hubo apartado de si el cubierto, cuando, transportado, se sumergió en el mundo encadenado de los pensamientos. Ya no le alcanzaba la conversación de la mesa, ni las sonrisas del protocolo, ni las miradas de traje y corbata. Simplemente no estaba.
Fue sencillamente un momento. Un momento y un recuerdo que volvió fugaz y eufórico del pasado, allí donde la memoria no acostumbra detenerse: otro momento, otro lugar, otra compañía, otro tiempo. Pero el aroma, el sabor…, y el mismo sentimiento.
Sonrió, y suspiró. Tal vez por esa inocente felicidad que vive al calor del alma humana, entre el corazón y el estómago. Tal vez por el gozo no siempre compartido, casi secreto. Por no esperar de si ni de su memoria un reflejo tan repentino como natural. Por los momentos. Por revivirlos o por vivirlos
Ignacio del Soto Traver
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