Mis sentidos quedaron atrapados en un mar de fragancias exóticas. Mis pies, livianos y tibios parecían ahora sobrevolar la habitación en penumbra. Cerré los ojos. Una brisa suave salió a mi encuentro. Los colores rojizos de una tarde que termina se mezclaban abigarrados en el cielo. El fluir de una corriente de agua transparente y limpia se dejaba sentir en mis oídos. Mi espíritu, sereno, se alzaba plácido, recorriendo parajes de inusual belleza, hasta que el tenue tintineo de unos platillos tibetanos equilibró su vuelo, devolviéndome sosegadamente a mi escenario.
No se me podía haber ocurrido mejor manera de celebrar que hoy cumplo un día más que en este templo del bienestar, a las puertas de mi ciudad natal, Barcelona.
Gemma M.
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