Salió de la habitación cubriéndose el rostro con las manos en el absurdo de disimular la rabia. Él no la comprendía, sentía que aquella discusión había acabado con todo. Las lágrimas iniciaron un viaje sin retorno hacía sus mejillas. Se dirigió al café del hotel Mandarin, una sala en la que el suave y cálido sabor del café, fusionado con el velo musical del piano la embriagaba ayudándola a olvidar.
Tomó un sorbo de café, cuando escuchó tras de sí unos titubeantes pasos; éstos enmudecieron de repente, se giró. Él no dejaba de mirarla. Aquel silencio lleno de palabras la desazonaba.
Sin apartar un ápice la mirada, se arrodilló, cogió su mano y con voz nerviosa y fragmentada le susurró:
Lo siento mucho. (Mostrando una cajita) Es mi manera de pedirte perdón, de ofrecerte mi corazón.
Las lágrimas brotaron de nuevo, el brillo de esas gotas revelaron una fastuosa sonrisa.
Sandra Franquesa
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