Ella echó el cuello hacia atrás, levantando la barbilla hacia el cielo. Luego, como dando un beso esquivo al aire, dejó ir el humo, que se disolvió al instante sobre su rostro.
Bajó la cabeza. Su vista parecía clavarse en el semáforo del otro lado de la calle. Rojo.
-No quiero seguir con esto. Se acabó.
De pie a su lado, él miraba su perfil, y pensó que la crueldad la hacía aún más hermosa: hacía juego con sus labios y con su forma de fumar.
El hombre intentó sonreír pero en su boca quedó una mueca desdibujada de dientes y labios fruncidos. La figurita verde palpitaba dudosa.
– ¿Por qué? ¿A qué viene esta decisión?
Ella se volvió al fin a mirarle, pero sus ojos parecían ver a través de él.
Sin pensarlo un segundo, la empujó a la calzada. El semáforo ya estaba en rojo.
Marta Gomà
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