-La carne fría no vale nada. -Espetó con su acento francés y aquel aire de gourmet seductor con el que me había convencido para organizar aquella inusual cena. En sus labios perfectos florecía el Baudelaire más profundo mientras un tenue Debussy se elevaba hasta el techo. Por fin había encontrado en esos detalles recónditos, la esencia de la belleza que desde niña perseguí en las novelas de misterio. Al escanciar el carísimo Chateaux Landon, me envolvió la intriga de sus dedos esbeltos y esos ojos celestiales que derretían por dentro.
-¡Vamos ma cherie, es exquisita!.- Decidí que llevaba demasiado tiempo esperando un hombre como él. Cerré los ojos y abrí la boca. Aquella explosión de sabores exóticos culebreando en mi lengua fue decisiva. Quién iba a pensar que después de pasar por sus expertas manos, la celulítica cadera de mi envidiosa amiga Marta quedaría tan deliciosa. De postre tomamos souflé.
Laura Cabedo
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