La luz fue apagándose lentamente. Del chirrido de los frenos del vagón de metro se pasó al inquietante silencio previo al murmullo de los viajeros atrapados en la oscuridad que se transformó en amalgama de airadas voces, hasta que un chillido agudo, sobrecogedor, alarmó a todos los que se hallaban atrapados, que giraron sus cabezas hacia el punto donde intuían que procedía.
Inmediatamente, lento, el vagón empezó a rodar, y el brillo mortecino que recuperó la iluminación fue suficiente para que los pasajeros contemplaran el pánico que se reflejaba en la cara de la joven que había gritado: ojos abiertos hasta la exageración, dientes crispados en una boca con un rictus tetánico, manos temblorosas sujetándose la cabeza…
Un espacio se abrió instintivamente a su alrededor hasta que un niño se agachó recogiendo…. ¡su libro! Que se le había caído al frenar el convoy, a pies de aquel viajero del acordeón.
Juan Manzano
Me gusta este relato. Fantastica idea la del Hotel Mandarín de publicar estos relatos.