Raramente cocinaba, pero aquella noche él se había encargado de la cena. Pretendía con ello un acercamiento a su esposa, después de varias semanas en que aquel clima de tensión se había instalado definitivamente en la casa. El liviano humo que emanaba de la sopera urdió una frágil cortina entre ellos marcando unos instantes efímeros de tregua. Sin embargo, la temperatura de la sopa enardeció de nuevo los ánimos. Su esposa, tras la tercera cucharada, escupió abruptamente la sopa. Se levantó airadamente de la mesa, rompió a llorar desconsoladamente y salió del comedor a la carrera. ¿¡Qué diantre le pasa ahora?!, pensó para sí, perplejo, mientras su mirada se perdía en el interior de aquella sopera. Si no está tan mal, se dijo, y a medida que sorbía cucharada tras cucharada reparó en la respuesta. Menuda torpeza haber seguido fielmente la receta de la mejor amiga de su esposa.
Jordi Julià Manresa
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