El día que nos conocimos nos hicimos inseparables. Juntas formábamos un equilibrio perfecto, un contraste exquisito.
Yo soy de tez bronceada y aspecto curtido, algo dura de carácter. Siempre estoy visible y me muestro como soy, mi apariencia y realidad van unidas.
En cambio ella… es pálida y tierna… llena de secretos… te acercas y su interior es un enigma que se deshace en al boca…
Entonces resultó que un día, una cocinera mediocre, nos separó de manera injusta y violenta: nos echó a la sartén con el aceite frio.
De pronto sentí que iba a explotar y que mi pareja saldría disparada. Y así fue. De mí quedó la carcasa y ella se fundió a mi alrededor perdiendo la forma y el sentido.
Nos sacaron de la sartén posadas sobre una espumadera y nos volcaron desfallecidas sobre papel secante.
La cocinera se prometió no volver a hacer croquetas.
Ana Gómez Quevedo
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