Acudía regularmente a aquel restaurante pues le satisfacía en todos sus aspectos. El local era amplio, cómodo y con una decoración sencilla, pero confortable; gozaba de una clientela variada y aún así de porte educado; el servicio era rápido y atento en todo momento; disponía de una carta variada en la que se veían entremezclados platos tradicionales con otros más innovadores y salpicada con ciertos toques de cocina internacional. El chef disfrutaba sorprendiéndonos y no resultaba raro que algún día saliera a saludar a unánime petición de los comensales. Pero su fama se extendía a toda la comarca porque cuando te comías, pongamos un ejemplo, un solomillo de buey en salsa roquefort, una oveja de la raza Lacaune y el propio buey, eran los que se interesaban por si habías quedado complacido, o no, con los productos de su procedencia.
Juancho Plaza
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