Ese olor, un olor dulzón, familiar, se extendía por los rincones del hotel. Subía por los ascensores, se abalanzaba por los pasillos, se colaba en las habitaciones… Los huéspedes sonreían al percibirlo, era tan… como estar en casa. Y si habiendo decidido seguir aquel embriagador perfume, hubieran salido de sus habitaciones, recorrido los pasillos, bajado por los ascensores… habrían llegado, después de cruzar el gran comedor, a la cocina del hotel, donde el Chef, a fuego lento, calentaba la leche, el azúcar, las ramas de canela y la piel de limón para elaborar el arroz con leche que iban a servir en la cena de esa misma noche.
Anna Melgarejo Escorigüela
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