– ¿De dónde vienes?, preguntó amargamente Claudia. Su marido Samuel paledició por un instante al verla en la habitación.
– ¿Has estado con ella otra vez, no? Me prometiste que no volvería a estar con esa mujer y llevas su perfume impregnado por todo tu cuerpo.
– «Ya sé que es una locura, pero os adoro a las dos», balbuceó Samuel.
– «Hoy puedes pasar la noche en el sofá del salón, pero mañana al amanecer, tendrás que decidir», sentenció Claudia.
La noche se hizo eterna. La imagen de aquella vecina con la que se cruzaba prácticamente todos los días, venía y venía a su mente.
Cuando ya clareaba, un golpe seco de puerta hizo levantarse precipitadamente a Claudia. Samuel ya no estaba. Corrió enloquecida hacia la ventana para comprobar que, en el edificio de enfrente, dos siluetas se abrazaban y se besaban compulsivamente bajo la tenue luz de la bombilla.
Mª Mercedes Seijas
Deja un comentario