El señor con bigote no dejaba de mirarme. Era un amigo de mis padres y esa noche le habían invitado a cenar a casa. Yo en la vida le había visto. La mesa estaba repleta de exquisiteces: vino, aperitivos variados, carne y una buena fuente de patatas.
El señor con bigote seguía mirándome de vez en cuando. La conversación se había tornado hacia temas laborales, poco interesante para mí, pero decidí intervenir, pues me estaba aburriendo:
– ¿Y usted de que trabaja señor Reines?
– ¿No has visto su bigote?- intervino mi padre entre risas. Los tres adultos empezaron a reír. No entendí nada, así que me quedé observándoles en silencio, esperando una respuesta.
– Los hombres con bigote raptamos niños- dijo el señor Reines con una seriedad desbordante-, es nuestro trabajo.
Manuel Mérida
¡Qué terror! Relato en la frontera del verdadero surrealismo. No todo el mundo sabe cómo transmitir eso que tú consigues sin aparente esfuerzo. Te mando un saludo muy cordial.