El destino me ha devuelto a la morada donde pasé mis primeros años de vida. Un edificio del Eixample en el que destaca por derecho propio el patio de vecinos: un bello vergel lleno de vida durante el día y podrido por la muerte al caer la noche. Conservo el recuerdo de asomarme por la ventana de mi habitación pasada la medianoche y ver en el gran patio los espectros de los inquilinos fallecidos hasta la fecha, moviendo sus cuerpos azulados y translúcidos al ritmo de una particular danza macabra. Estoy nuevamente aquí dispuesto a disfrutar del espectáculo nocturno, pero esta vez es diferente. No bailan. Están quietos. Me miran. Me recuerdan. Sonríen. Y ahora soy yo el que va a bailar en aquel patio animado.
Albert Sanz
Deja un comentario