Nos miramos un instante. Mi corazón latía con fuerza pidiendo a gritos un beso. Sentí su mano en mi cintura y frío y calor a la vez. Cerré los ojos, y Daniel, seguro, sin dejar de mirarme, acercó mi cuerpo al suyo y sus labios a los míos: primero con ternura, enseguida con pasión, me hizo fundir en un mar de sensaciones. Mi corazón tomó las riendas y dejó adormecida a la razón, incapaz de luchar ante semejante explosión de sentimientos.
Por primera vez, desde hacía mucho tiempo, latía con fuerza, tan pleno que no cabía ni una sensación más de culpa o de duda o de que pasará. Cerré los ojos, deslicé mi mano por su espalda y una vez más me abandoné al presente como si fuera lo último y lo único que existía en ese momento.
Carmen Mallart
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