Atardecía ya entre las bancas de aquel patio y Marina se acomodó la falda nerviosamente. ¿Vendría? Se vio aun atrapada entre sus brazos y el tronco de aquel manzano que, a pesar de los 20 años transcurridos, seguía allí detrás de la cantarina fuente, silencioso y cómplice.
Sintió nuevamente sus cabellos en su rostro y su voz profunda penetrando en sus sentidos, dominándola, invadiéndola. La penumbra amiga los envolvía y el silencio sólo era interrumpido por su respiración entrecortada. Juventud divino tesoro, que te vas para no volver. Miró detenidamente las ramas plenas de frutos y alguna mariposa y volvió la mirada hacia el gran portal que daba a la calle. ¡Por fin!…allí estaba, su pasado en el presente se le acercaba y ella se preguntó si sería ese su futuro…
José Pacheco Ramos
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