El señor Eduardo era un anciano muy educado e instruido que vivía en un pequeño piso del Ensanche barcelonés con su asistenta Rosalinda que le cuidaba con todo esmero desde que su esposa había fallecido.
– ¿Quiere que le recite los sonetos de Shakespeare que tanto le gustan?
– Pero luego se le cansará la vista y le dolerá la cabeza toda la tarde
– Está bien, léeme los sonetos y sobre todo el número 24 que era el preferido de mi esposa
Esta escena se repetía cada día en casa del señor Eduardo. A través de la ventana se podía ver el anciano sentado en el sofá, con sus zapatillas de cuadros y su batín y a la fiel Rosalinda de pie, libro en mano, escenificando como mejor podía los sonetos que tanto emocionaban al señor Eduardo.
Mª Mercedes Seijas
Deja un comentario