Era un día cualquiera menos para él. Sentado cómodamente entre lavandas y mimosas se sentía en las puertas del mundo, en su mano sostenía un Talisker 18, su favorito y la vida le sonreía. Acababa de cerrar una operación que hasta a él, le parecía obscena.
Miró a los grandes ventanales del ensanche barcelonés y se le heló la sangre. Un chasquido, palomas alborotadas y unas canas que se tiñen de rojo. Una estúpida mueca se le dibujó en la cara. Su Talisker 18 corría por las baldosas. Empezaba la noche, a él se le acabo el día.
Fernando Ellakuría
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