El hombre se encaminó hacia el bar en el que siempre había desayunado con su mujer cuando ella vivía. Ante un humeante café con leche, sacó del bolsillo el telegrama que había recibido y empezó a leerlo con repetido asombro: “Te espero. Stop”. Esto es lo que decía el telegrama, nada más. Y no iba firmado. “¿De quién puede ser? -se dijo-. ¿Será una broma? ¿O será de ella? ¿Acaso los muertos se comunican con los vivos?” El aroma del desayuno le hizo evocar momentos felices que casi tenía olvidados. Cuando volvió a su casa, estaba cansado y se estiró en la cama. Soñó que, veloz, volaba sobre una alfombra. Tanto le duró el sueño que necesitó palparse para saber si estaba despierto. Pero no pudo hacerlo. Estaba muerto.
Roberto Jusmet
Buena incursión en un género más cerca de Melinda Gordon que del polar francés. Te mando un saludo muy cordial.